viernes, 3 de junio de 2005

Fuegos artificiales


Había una vez un hobbit. No era un hobbit especial, pero desde pequeñito supo que quería hacer grandes cosas. Tampoco es que supiera muy bien qué eran esas "grandes cosas", ni siquiera sabía qué significaba bien eso de "grandes cosas", pero sobre ello basó sus objetivos.

Pero ¡ay!, resulta que nuestro hobbit no sabía destacar en lo que más le gustaba. Le gustaba la magia, y por encima de todo, le encantaban los fuegos artificiales. Pero jamás había conseguido hacer nada más que un simple juego de cartas (que todos sus amigos conocían ya de memoria), y sólo sabía fabricar un petardo que le explotaba siempre en las manos, con lo que no podía enseñárselo a nadie. Y el problema era que nuestro hobbit Tiburcio (así se llamaba, aunque todos le llamaban "el Tibu") quería ser alabado y recordado por su trabajo

Un buen día, Gandalf llegó a La Comarca. Venía de visita a ver a su amigo Bilbo. Bilbo y Gandalf eran muy famosos, y aunque criticados, eran queridos y respetados por muchos. Los Sacovilla-Bolsón eran enemigos declarados del viejo Bilbo, pero eso a Bilbo tampoco le importaba demasiado, aunque lo que más fastidiaba al viejo Bilbo era que, al fin y al cabo, los Sacovilla-Bolsón son familia suya, y tienen que trabajar juntos y convivir de cuando en cuando. El Tibu se llevaba bien con todo el mundo, por aquel entonces, tanto con Bilbo como con los Sacovilla-Bolsón. Pero ninguno le concedía especial atención.

Bilbo dio una pequeña fiesta aquel día, con unos enanos que habían venido de visita junto con Gandalf, para recordar viejos tiempos y viejas aventuras, como esa del Dragón Smaug que tantas veces habían contado. El Tibu no tenía gran cosa que hacer, y además, sentía curiosidad, así que estuvo cotilleando toda la noche alrededor de Bolsón Cerrado. Y entonces sucedió: salieron al jardín, y Gandalf preparó un espectáculo de fuegos artificiales como el Tibu jamás había soñado que podrían existir. Luces verdes, rojas, amarillas, se entrelazaban en figuras imposibles. El Tibu casi lloraba de la emoción. Y entonces, cuando todo acabó, oyó cómo Bilbo decía "Muy bonito, Gandalf, como siempre". ¿Como siempre? ¿Aquello no era algo excepcional? El viejo Gandalf sabía hacer fuegos artificiales de verdad, no petardos que explotaban en las manos.

La decisión estaba tomada. El Tibu aprendería de Gandalf.

Pero no fue fácil. Gandalf se mostraba reacio a enseñar a aquel pequeño hobbit a fabricar fuegos artificiales. Pero el Tibu lo tenía claro, y no cejó en su empeño. A todas horas buscaba a Gandalf y escuchaba. Casi nunca aprendía nada, aunque Gandalf hablaba con palabras que dejaban la sensación de estar diciendo mucho más de lo que, realmente, el pobre hobbit comprendía.

Y entonces sucedió. Una noche, Gandalf se quedó hablando con él. Hablaba de los petardos, y explicó que, para que no explotaran en las manos, había que recubrir la mezcla explosiva de un papel especial, y poner una mecha de una longitud de 99 milímetros. También habló de los cohetes de fuegos artificiales, y de cómo mezclar ciertos elementos con la pólvora para que produjesen distintos colores, y de cómo hacer que los cohetes subieran hasta las alturas. Pero el Tibu no entendió nada de esto último. Tan sólo consiguió recordar un dato sobre cómo conseguir una llama rojiza, mezclando polvo de teja con la pólvora. Pero aquello le bastaba. El Tibu no quiso escuchar más y se fue, dejando a Gandalf con la palabra en la boca.

A la tarde siguiente, el Tibu consiguió fabricar su primer paquete de petardos que no le explotaron en las manos. Cada uno tenía una mecha de exactamente 99 milímetros, estaba recubierto de papel especial, y había incluido polvo de teja en la mezcla. Y entonces, llamó a sus amigos los Sacovilla-Bolsón. No llamó a Bilbo ni a Gandalf, porque si fallaba, seguramente Bilbo y Gandalf se reirían de él. Estaba muy equivocado, y seguramente el viejo Gandalf hubiera entonces ayudado al hobbit... pero eso nunca lo supo.

Cuando se hizo de noche, el Tibu y sus amigos fueron a un descampado. Allí encendió la mecha de su primer petardo, y lo arrojó con todas sus fuerzas hacia arriba. El petardo explotó en lo más alto, abriéndose en una campana de distintos tonos rojizos y anaranjados. Los Sacovilla-Bolsón quedaron maravillados. El Tibu lloraba de la emoción cuando lo subieron a hombros, y lo pasearon por toda La Comarca. "¡Viva El Tibu! ¡El gran maestro de los fuegos artificiales!", gritaban. Aquello era todo cuanto el Tibu siempre había soñado. Algunos le preguntaron cómo lo había hecho. Sin saber muy bien por qué, les contestó: "Es mi secreto". Suspiró aliviado cuando le respondieron: "Bueno, no nos importa cómo lo haces. Lo que importa es que tú los has inventado. Los has construido tú solo. Eres un maestro". Ni siquiera lo consideraban un petardo. "¡Son los mejores fuegos artificiales que hemos visto nunca!", le decían. Y tanto insistieron que, finalmente, el Tibu se dejó llevar. Arrojaba su petardo a lo alto, gritando "¡Ahí van mis fuegos artificiales!". Y ¡Bam! el petardo explotaba y se abría en sus destellos rojos y naranjas.

Al pasar frente a Bolsón Cerrado, Gandalf, Bilbo y los Enanos estaban fumando y haciendo anillos de humo a la luz de las estrellas. Los Sacovilla-Bolsón no dejaron pasar la oportunidad. Ante la mirada de cientos de curiosos, pidieron al Tibu que hiciera una nueva demostración, pues pretendían demostrar que el verdadero maestro de los fuegos artificiales era su amigo el Tibu, y no ese mago amigo del loco Bilbo. El Tibu encendió otro petardo y lo arrojó a lo alto. ¡Bam! El petardo explotó, y de nuevo una bonita campana rojiza y anaranjada se abrió ante las cabezas de los atónitos hobbits que aplaudían sin cesar. Bilbo y Gandalf se sonrieron. Gandalf se acercó entonces al Tibu y le preguntó, allí delante de todos:

- Dime, Tiburcio. ¿Cómo has aprendido a fabricar ese petardo? ¿Quién te ha enseñado?
- ¡¡No necesita aprender de nadie!! ¡¡Los ha hecho él solo, viejo loco!! - gritó Lobelia Sacovilla-Bolsón.
- No estaba hablando contigo, Lobelia. Deja que él responda a la pregunta - dijo dulcemente Gandalf.
El Tibu dudó un momento, y finalmente, alzando orgulloso el mentón, contestó:
- Llevo años trabajando, investigando y buscando fórmulas para fabricar fuegos artificiales. Yo no hago petardos, señor Gandalf, sino fuegos artificiales. Y he aprendido yo solo. Los he hecho yo solo.
- Solo seguirás, pues - replicó Gandalf. El mago volvió a donde estaban Bilbo y los Enanos y encendió de nuevo su pipa, mientras los Sacovilla-Bolsón gritaban a todo el mundo para que alabaran al Tibu, el primer maestro de los fuegos artificiales de La Comarca y posiblemente de toda la Tierra Media.

Ahora han pasado tres años desde aquello. Hace unos días, pasé por delante de la casa de los Sacovilla-Bolsón. Estaban celebrando una fiesta, y el viejo Otho gritó: "¡¡Veamos los nuevos fuegos artificiales del Tibu!!". Me picó la curiosidad y me quedé observando. El Tibu extrajo entonces una honda, y en el centro de la honda colocó un petardo mucho más grande que los que yo recordaba. El petardo estaba recubierto del mismo papel especial, y la mecha tenía exactamente 99 milímetros antes de encenderla. La honda giró una, dos, tres, cuatro veces, y el petardo fue arrojado a lo alto. A los 15 metros de altura, el petardo explotó. Una gigantesca campana de tonos rojizos y anaranjados se abrió, cubriendo todo el cielo sobre el jardín de los Sacovilla-Bolsón, quienes empezaron a gritar, entusiasmados:

- ¡¡Bravo!! ¡¡Bravo!!
- ¡Esta vez te has superado, Tibu! ¡Eres el mejor!
- ¡Impresionante! ¡En mi vida habría creído que se podría conseguir nada parecido! ¡Son los mejores fuegos artificiales de la historia!
- Es magia. Me he sentido como en un mundo mágico, de fantasía. Gracias, Tibu.

Empecé a caminar y, al doblar la esquina, me encontré con que Gandalf también estaba asistiendo al "espectáculo".

- ¿Gandalf?
- Hola, Frodo Gualtrapa.
- ¿Qué haces aquí?
- Esperaba que hubiera aprendido algo nuevo - dijo, refiriéndose evidentemente al Tibu -. Pero no. Y ni siquiera ahora es capaz de reconocer cómo aprendió todo lo que sabe.

No supe qué contestarle. Nos fuimos a casa, a Bolsón Cerrado. Por el camino, Gandalf empezó a explicarme cómo fabricar cohetes de verdad de fuegos artificiales, y cómo conseguir cambiar los colores.

- Gandalf, no comprendo todo lo que me estás contando. Apenas he comprendido cómo encerrar la pólvora en papel y mezclarla con hojas de sauce para conseguir una llama verde.
- Paciencia. No se puede aprender todo en un día. Si todo lo que haces es producto de lo que has aprendido un día de tu vida, sólo conseguirás una pequeña explosión, como de un petardo. Como mucho, conseguirás hacer fuegos artificiales bonitos y variados, pero efímeros... Pero si escuchas, aprendes y ayudas a otros a que aprendan de tí, serás como una llama que nunca se apaga.

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